En Hungría, detrás de la propaganda hostil, la realidad de la inmigración
METROEl miércoles 3 de mayo, el Parlamento húngaro votó una de estas resoluciones de las que es el secreto. Por abrumadora mayoría, la Asamblea controlada por el primer ministro nacionalista Viktor Orban declaró que«Sobre la inmigración, la posición de Hungría es clara y no ha cambiado: no queremos convertirnos en un país de inmigración». Puramente simbólica, esta resolución fue contradicha, el mismo día, por un proyecto de ley «sobre el empleo de trabajadores huéspedes» presentado por el gobierno, y que pretende facilitar una realidad cada vez más observable en este estado del centro de Europa: la llegada masiva de inmigrantes no europeos con la bendición del poder.
Porque si al señor Orban le gusta presentarse como el último baluarte europeo contra la inmigración, entre bambalinas, ahora abre de par en par las puertas de su país, sin miedo a las acusaciones de hipocresía. Esta tendencia, que comenzó silenciosamente a raíz del auge económico posterior al Covid 19, se ha detenido como la pólvora en los últimos meses a pedido de los empleadores locales.
Las empresas húngaras, que necesitan mucha ayuda, pueden aprovechar las disposiciones legales cada vez más flexibles para traer trabajadores del otro lado del mundo en unas pocas semanas con el apoyo de agencias de trabajo temporal especializadas y embajadas húngaras. Quelques mois, on peut désormais voir partout en Hongrie des ouvriers indonésiens dans les usines, des travailleurs agricoles mongols dans les champs ou bien des chauffeurs indiens au volant de poids lourds, tous procurés par un pays où le salaire minimum s’établit à 624 euros por mes.
Rápida disminución de la población
Las cifras aún provisionales del Instituto Nacional de Estadística de Hungría muestran así una duplicación, entre 2021 y 2022, de los flujos migratorios desde Asia, principal continente de origen de estos trabajadores. En 2022, el número de trabajadores extraeuropeos aumentó un 14 % hasta alcanzar los 86 000 en un país que todavía tenía solo un 1,3 % de residentes no europeos a principios de 2022. Por primera vez, el primer ministro húngaro tuvo que reconocer, en marzo, que “Dentro de uno o dos años, Hungría [allait] necesitamos 500.000 nuevos trabajadores”. La observación es, por así decirlo, compartida hasta el círculo íntimo de la familia del líder magiar: la empresa de camiones perteneciente a su tipo trae conductores de la India y Kenia.
Porque, contrariamente a lo que alardean los seguidores nacionalistas del señor Orban en Europa, la política pronatalista húngara, compuesta por cuantiosos subsidios a las familias, no ha frenado en modo alguno el profundo declive demográfico de este país de 9,6 millones de almas. Si bien la tasa de fertilidad femenina aumentó de 1,25 a 1,52 desde que Orban llegó al poder en 2010, los resultados del censo decenal publicado en 2023 mostraron que Hungría ha perdido aún más 300.000 habitantes durante el mismo período. Un declive incluso más rápido que el de los diez años anteriores y que ya no puede ser compensado únicamente por inmigrantes de los países vecinos de Europa Central y del Este, todos enfrentados a las mismas tendencias demográficas.
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