Valor cultural en la ética empresarial

Dentro de un entorno mundial caracterizado por un aumento en las exigencias sociales hacia el comportamiento de las empresas, controversias que afectan su reputación y una creciente presión de consumidores, accionistas y organismos reguladores, la ética en los negocios ha cobrado una importancia fundamental. No obstante, esta ética no se establece de manera externa ni se restringe a guías o reglas de conducta oficiales. Su fuente genuina reside en la cultura interna de las compañías.

La cultura empresarial, en lugar de ser solo una idea abstracta o decorativa, es el conjunto de principios, costumbres, reglas implícitas y creencias comunes que guían el comportamiento diario de todos los integrantes de una organización. Constituye una dimensión organizativa invisible pero influyente, que puede distinguir entre acciones responsables o comportamientos discutibles.

Más allá de seguir normas: la ética integrada en la esencia



Numerosos modelos de gobernanza en las empresas dependen de componentes como los directorios, comités de auditoría o sistemas de control interno. No obstante, estas herramientas formales no son suficientes por sí mismas para asegurar un comportamiento ético, a menos que estén respaldadas por una cultura que refleje valores como la honestidad, la sostenibilidad, la equidad y la transparencia.

La ética en los negocios se practica, se siente y se desarrolla diariamente en las actividades normales de las empresas. No se trata únicamente de seguir regulaciones externas, sino de comportarse de manera adecuada, incluso cuando no hay testigos. Las decisiones cruciales, esas que afectan la imagen y la viabilidad de una entidad, muchas veces no se deciden en ambientes regulados, sino en las relaciones diarias, donde la cultura actúa como un moderador invisible.

Una cultura empresarial basada en valores sólidos no requiere vigilancia constante: se autorregula. Esta capacidad es especialmente valiosa en entornos complejos y cambiantes, donde las normativas pueden quedarse cortas ante dilemas éticos nuevos o situaciones imprevistas.

Los pilares de una cultura que fortalece el buen gobierno

Con el fin de que la cultura interna sirva como impulsor para una excelente gestión corporativa, es necesario que se base en ciertos principios fundamentales:

1. Diversidad y equidad en la toma de decisiones: Las organizaciones que promueven entornos inclusivos y dan cabida a voces diversas tienden a tomar decisiones más éticas. La diversidad no solo en términos de género, raza o edad, sino también de trayectorias, ideas y perspectivas, reduce los sesgos colectivos y previene los comportamientos de grupo que pueden desembocar en malas prácticas.

2. Participación y rendición de cuentas: Una cultura organizacional sólida promueve la participación activa de los equipos, el intercambio de opiniones, el cuestionamiento constructivo y la retroalimentación constante. Cuando el feedback fluye y las decisiones se explican, se refuerza la transparencia interna y se fortalecen los mecanismos de control horizontal.

3. Coherencia entre discurso y práctica: No hay cultura ética real si los valores que se declaran públicamente no se reflejan en la acción cotidiana. Las inconsistencias entre lo que una empresa dice y lo que hace erosionan la confianza tanto interna como externa. Por el contrario, la coherencia refuerza la credibilidad y la legitimidad de la organización ante todos sus públicos.

Ética, sustentabilidad y desempeño: un trinomio inseparable

A medida que más investigaciones y pruebas empíricas respaldan que una cultura ética es valiosa no solo en términos normativos o de reputación, sino también desde una perspectiva estratégica, las empresas que promueven liderazgos responsables y fomentan ambientes donde la ética es parte de las operaciones obtienen mejores resultados a largo plazo. También disfrutan de menos riesgos legales, mayor lealtad de empleados y clientes, y una reputación más sólida.

En la era de la sostenibilidad y del capital humano como ventaja competitiva, la cultura empresarial se convierte en un activo intangible de alto valor. Y como todo activo estratégico, requiere inversión, tiempo y coherencia. No basta con adoptar un código ético o nombrar un comité de cumplimiento: es necesario construir una cultura donde el compromiso con los valores sea real, compartido y constante.